Dolor y Esperanza

09.11.2025

Mi mayor agradecimiento a Belo oficial por habernos concedido este primer premio, categoría tres, el 10 de octubre de 2024; coincidiendo con el día de la salud mental. He decidido compartirla con vosotros, queridos lectores, cuando me ha sido posible, y espero que os abra el alma y os llene de confianza y optimismo.

Es una historia de dolor, pero mayormente de ESPERANZA. 

De nuevo agradezco infinitamente a este proyecto su inestimable ayuda a dar normalidad, visibilidad y cabida en la sociedad a la salud mental, tan crucial para el ser humano.

Nosotros, con nuestra historia, intentamos hacer entender que con la unión, la ayuda de todos y el entendimiento colectivo:

"EL SOL APARECE, SOLO HAY QUE SEGUIR SUS RAYOS"

Estamos ante una historia de ficción y cualquier nombre que coincida con la realidad es pura coincidencia

DOLOR Y ESPERANZA

"El dolor es la ruptura de la cáscara que encierra tu entendimiento"
Kahlil Gibran

El maestro Gibran nos explica en esta cita que el dolor, a pesar de ser un sentimiento negativo y, a veces, incluso devastador, nos otorga la sabiduría necesaria para comprender algunas cosas. El dolor es también parte de la vida y, como tal, forma parte de nosotros, aunque nos lastime a veces tanto…

Marzo de 2020
Confinamiento fue la palabra aquel año…

Era un viernes en el que se presagiaba algo extraño en el ambiente. Desde el martes se habían suspendido las clases en todo el país. El presidente del gobierno, en un breve comunicado, utilizó aquella palabra maldita: "Confinamiento", y, a partir de ese fatídico instante, todos permanecimos encerrados en nuestras casas como si de viles jaulas se tratase.

El recién estrenado COVID se había extendido en nuestro país como la pólvora. Aquellos hospitales ambulantes en China, poblados de gente con ojos de desolación sentados donde podían o simplemente tirados por el suelo, ya estaban aquí, a menos de un tiro de piedra… Sin ir más lejos, al lado de casa se encontraba el hospital de IFEMA y, un poco más allá, la morgue del Palacio de Hielo.

Pasaban los días y las cifras espeluznantes de contagiados y de compatriotas muertos seguían ahí, impactando en nuestras cabezas y, sobre todo, en nuestros heridos corazones. Detrás de ese número había infinidad de vidas con nombres y apellidos; gente que moría en los pasillos de los centros de salud sin poder despedirse de sus seres queridos, existencias congeladas en el tiempo, sanitarios corriendo de un lado a otro como en una serie de terror. Pero no, no era una película, era la cruda realidad que nos tocó vivir.

Dentro de las casas había historias individuales, algunas de ellas menos difíciles, más llevaderas, otras muy complicadas y, también, estaban las imposibles. Era un "sálvese quien pueda" que será duro de olvidar. Dentro de nuestras cuatro paredes vivimos una situación que cambió nuestras vidas y que tengo la necesidad de compartir en los siguientes párrafos:

Me levantaba cada mañana con pena, congoja, angustia, tristeza, conmoción. A veces, las palabras no son suficientes para expresar un sentimiento tan hondo. Había momentos en que me costaba respirar; se me encogía el pecho y se hacía pequeño. Algo me estaba devorando internamente; un monstruo silencioso se apoderaba de mí y me tragaba más y más…

Veía a mi niña, como suspendida en un abismo, su mirada perdida en la nada, sufriendo un dolor que me desgarraba el alma. Sabía que poco a poco, o al menos eso decían los médicos, esa angustia que reinaba en el seno familiar se iría mitigando. De la amargura profunda pasaríamos a una melancolía que no hiere tanto, que no es tan devastadora, y después esa sensación también se ausentaría; se despejaría el horizonte y volveríamos a nacer. Entonces aparecería de nuevo la muchachita que un día fue; aquella personita alegre, llena de ilusiones, de proyectos, con una sonrisa siempre dibujada en su cara y muchas ganas de emprender. Pero de momento, nuestra rutina estaba teñida de un color oscuro y no aparecían tonos claros en el horizonte.

Finales de agosto de 2020
Lea se dirigió al Hospital del Niño Jesús un tórrido día estival. Su padre desesperado la cogió, la metió en el coche a la fuerza y se la llevó a urgencias. En casa era insostenible el desconsuelo y la desolación… El calor era insoportable, pero ella siempre estaba muerta de frío. En realidad, no sabía ni lo que sentía, solo pena, mucha pena… Nosotros teníamos esa horrible y espeluznante sensación de que todo le daba igual. A una niña que tenía su futuro por delante, se le caía la vida encima.

Aquella pesada y bochornosa mañana, gracias a la vida, todo explotó. Se sentó en su cama conmigo, abrazada a mi cuello. Apenas le quedaban lágrimas y, muerta de pánico, me dijo: "No tengo amigos", "Mamá, no tengo a nadie a quien acudir", o al menos eso es lo que mi dulce niña sentía. Me dijo la siguiente frase por primera vez: "Estoy destrozada por dentro". Nunca olvidaré cómo lo dijo, ni el tono, ni su cara, ni su miedo atroz. Por fin verbalizó lo que no quería, lo que nadie quiere reconocer, pero que su padre y yo intuíamos. Le pesaba la existencia, no encontraba aliciente. Solo tenía ganas de desaparecer…

Y ahí comenzó el principio de su lucha.

Se subió al coche, una pequeña embarcación en medio de una tormenta, mientras su padre, como un marinero agotado, luchaba por encontrar un rumbo. Entre sollozos decía que no quería ir pero que tampoco se quería quedar en casa; no sabía lo que quería hacer. La rabia, la ira, la ansiedad se apoderaban de ella y estaba atrapada en un turbulento estado emocional constante del que no veía salida. Y eso es lo que pasa cuando uno atraviesa un momento de esas características: su ser se retuerce en el fango, imaginario o no, y no puede escapar; se ahoga en su espesura.

Era inaguantable presenciar aquello, no sé en qué momento habíamos llegado a ese punto. Era francamente insostenible. Ni un día de paz. Todo esto entre restricciones y falta de libertad por una pandemia que, aunque mitigada, seguía haciendo estragos.

Volvieron a casa entrada la madrugada. Vi el rostro de su padre demudado, mi presagio fue obviamente malo, pero al menos ya había un diagnóstico y ya no luchábamos contra monstruos anónimos. Ese terrible Leviatán, representación del caos y del mal, tenía un nombre: "Trastorno compulsivo de la alimentación", y debíamos preparar unas armas contundentes para derrotarlo.

El viaje hacia la destrucción de aquella maldita enfermedad comenzó aquel verano de 2020, cuando en las calles se respiraba malestar y no se sabía muy bien cómo proceder ante un virus demoledor que era paralelo y caminaba en consonancia con el ogro de la temida anorexia que había hecho presencia en nuestro hasta entonces tranquilo hogar.

Pasó el tiempo, lento y rápido a la vez; unos años llenos de desafíos, momentos sombríos y una contienda silenciosa que hacía mella en Lea. Nosotros solo la acompañábamos en su viaje por la tempestad. En varias ocasiones, a veces más de las deseadas, el barco en el que navegábamos estuvo a punto de naufragar, pero allí aparecía ella, la capitana valiente, que agarraba un gran timón con las pocas fuerzas que le quedaban. Perdió la menstruación, entre otras cosas, pero su coraje y tesón consiguieron remontar, y sobrevivió a esas corrientes tan aniquiladoras como aplastantes y las venció. Por ese motivo hoy nos hemos sentado a escribir una carta imaginaria a la que ponemos fecha, y es el día en el que le dieron el alta grupal en una fiesta donde dio un bello discurso con energía, con potencia, con seguridad, con ganas de ayudar a otros, con esa sonrisa que se había desdibujado esos años anteriores de un pesar perseverante que parecía no tener fin.

Pero eso que nos dijeron los especialistas, los que nos acompañaron en las más sórdidas batallas, estaba ocurriendo. El día a día comenzaba a ser un lugar llano, de color arcoíris, seguro, firme e incluso impregnado de una brisa dulce y fresca.

19 de febrero de 2024

Querida Hija, o deberíamos decir querida "Wonderwoman",

Cuando el médico nos comunicó la terrible noticia de que tenías esa maldita enfermedad, nos quedamos sin habla. Los recuerdos son algo que nos pertenece y que nos hace ser quienes somos. Es muy difícil entender la vida sin ellos. Queremos que guardes estas letras en tu cajón, pero sobre todo en el fondo de tu alma y que, cuando tengas momentos "de bajón", las releas, porque te va a reconfortar darte cuenta de lo mucho que vales y lo "grande" que eres.

Una vida sin amor y sin recuerdos no es una vida, sino un deambular por un camino sin rumbo, sin una cantimplora llena de agua que nos calme la sed cuando estamos sedientos.

"El amor mueve montañas" y por eso, niña nuestra, tu padre y yo, juntos, al unísono, te escribimos esta carta, porque nos mueve esa fuerza poderosa que rige el mundo.

No tenemos suficientes palabras para expresarte el orgullo y la admiración que sentimos hacia ti al escribirte estas líneas. Desde que comenzaste a luchar durante la pandemia contra tu trastorno de alimentación (TCA), o esa palabra tabú que es anorexia, has demostrado una valentía, una fuerza y una determinación que te han convertido en la verdadera heroína de nuestra familia.

Recordamos aquellos días tan difíciles cuando el mundo estaba cerrado y nuestras vidas parecían en pausa. Todo cambió de la noche a la mañana, y el aislamiento y la incertidumbre afectaron a todos de maneras inimaginables. Ver lo que estaba ocurriendo contigo, ver tu dolor, era como una puñalada en el corazón cada día. Pero, aun en esos momentos más oscuros, eras nuestro faro. Creímos en ti.

Cuando comenzaste tu tratamiento y pasaste por diferentes clínicas, cada una representaba un nuevo rayo de esperanza, pero también un nuevo miedo, una incertidumbre. Siempre nos preguntábamos si sería aquella clínica la buena, si haríamos bien o no. Y lo más triste, no había nadie que nos asesorara sobre el camino correcto. El proceso fue aterrador, especialmente al temer contárselo a tu entorno cercano. El miedo a sentirte juzgada y el rechazo de algunos amigos, que en su ignorancia te trataron como si fueras una apestada, te pesaba más que cualquier dificultad física. No olvidaré las frases hirientes que llegaban, palabras llenas de incomprensión: "Con un plato de lentejas y un par de hostias esto se cura". Incluso hubo padres que prohibieron a sus hijos juntarse contigo, como si lo que tenías fuera una enfermedad contagiosa.

Lentamente, decidiste luchar. Aceptaste ayuda y enfrentaste tus miedos. Pasaste tres largos años en tratamiento, entre sesiones con el psicólogo, terapias grupales y días en los que la desesperación te tentaba a dejarlo todo. Estabas exhausta, física y emocionalmente, pero tu fortaleza para seguir adelante nunca flaqueó. Cada día enfrentaste la batalla con un coraje que nos dejaba sin aliento.

No podemos dejar de mencionar cómo tu valentía para abrirte a nosotros, tus padres, fue un punto de inflexión. Nuestro cariño, nuestra comprensión y el amor incondicional que te brindamos, junto con el apoyo inquebrantable de tu novio, fueron fundamentales para ayudarte a superar este desafío. Nos permitiste estar a tu lado, sosteniéndote cuando sentías que no podías más, y eso, mi amor, fue un acto de verdadera valentía.

Hoy, mientras te preparas para empezar el segundo año de Medicina, nos enorgullece verte convertida en una brillante estudiante, con la misma pasión y el mismo deseo de ayudar a otros que están sudando sangre como una vez lo hiciste tú. Sé que quieres ser psiquiatra para poder facilitar a mucha gente el apoyo y la comprensión que no siempre recibiste. No hay duda de que serás una extraordinaria profesional, alguien que marcará la diferencia en la vida de muchos.

Tu historia es un testimonio de que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay esperanza. Has salido de las sombras y has iluminado nuestro mundo con tu resiliencia y tu esencia compasiva. La carrera que has elegido habla mucho de tu carácter y de tu deseo de hacer del mundo un lugar mejor. Estamos convencidos de que cualquier paciente que tenga la suerte de encontrarse contigo se sentirá escuchado, comprendido y cuidado. Tendrás el poder de transformar vidas, tal como lo has hecho con la tuya.

Hija, nunca olvides que eres una verdadera heroína. Gracias por dejarnos ser testigos de tu increíble viaje, por enseñarnos a batallar y por mostrarnos que siempre hay una razón para tener esperanza. Tu futuro es brillante, y estamos emocionados por ver todo lo que lograrás. Más que ser una gran estudiante de Medicina y, finalmente, una psiquiatra ejemplar, eres una persona maravillosa con un corazón de oro.

Con todo nuestro amor y admiración,
Mamá y papá

La fuerza de la vida, los seres que te quieren, la gente que te apoya, las instituciones, la medicina actual y el convencimiento de que todo esto pasará son las armas potentes e indispensables en la lucha contra las enfermedades mentales que parecen haber estado ocultas en un saco tiempo atrás en nuestro país.

Nosotros vivimos unos momentos muy delicados en una situación mundial muy desfavorable, pero con constancia, tenacidad, empeño, firmeza, persistencia y comprensión se sale del túnel… El sol aparece, solo hay que seguir sus rayos.

Susana Aguirrizabal y Oscar Velasco